Mi último post hablaba del ciclo de la vida, de cómo cada uno de nosotros estamos
destinados a seguir ese ciclo, y si no lo hacemos es porque nos hemos ido
prematuramente. Pues bien, estas fechas son idóneas para hablar del final de
ese ciclo natural, de la muerte.
La religión Católica, muy hábilmente, ha sabido
encajar la muerte como parte de la vida. Cree en la vida eterna y la salvación
de las almas que practican el bien, y el fallecido será juzgado por Dios; y va
al cielo si hizo el bien durante su vida en la tierra, o va al infierno si hizo
todo lo contrario. También cree en el purgatorio, lugar donde el fallecido va
si ha cometido pecados veniales. Para los católicos, la muerte no es un final,
sino la partida a una nueva vida con Dios y resucitará cuando llegue el día del
Juicio Final.
En la sociedad moderna, la forma de enfrentar la
muerte ha cambiado, se rechaza, se esconde, se vive con angustia: la muerte ha
dejado de ser aceptada como un fenómeno natural. La religión, aunque
actualmente en crisis, aporta sentido a cosas que las podemos poner en práctica
sin creer en Dios, creyendo sólo en las propias personas.
Prepararse para morir debe significar un acto
fundamental, su dignidad
depende de ello. Actualmente hemos pasado de una muerte familiar, a una muerte
escondida. Al enfermo casi siempre se le oculta la gravedad de su enfermedad,
se le sobreprotege y se le deja en la ignorancia de su propia muerte, ocultando
una comunicación abierta.
Una buena muerte, sin dolor, a ser posible en su casa, acompañado, que
esté rodeado de sus seres queridos, y morir en paz según las creencias de cada
uno. Cada persona es única, con una
historia y aprendizaje diferentes, cada persona tiene derecho a elegir su
muerte, y respetar esto es respetar la dignidad y libertad del ser humano.
Afrontar la muerte significa estar en disposición de
reflexionar de manera profunda y serena sobre el fin de todas las cosas, sobre
el motivo de nuestra presencia en el mundo, sobre lo que significa la vida, y
es un detonante que nos lleva a replantearnos nuestra propia vida.
Forrest Gump, la conversación con su madre en el
lecho de muerte es especialmente bonita:
- ¿Qué te pasa, mamá?.
- Llegó mi hora, Forrest. No tengas miedo, porque la muerte forma parte de la vida. Es el destino.
La vida continúa, y aunque sea sin esa persona
querida, mientras permanezca en nuestro recuerdo, seguirá viva, sólo tú sabes
cuál es la forma más significativa de honrar esa relación única, y si ves que
no lo aceptas o superas, apóyate en un psicólogo mediante psicoterapia, son los
sustitutos de los curas y las confesiones, es necesario, las personas que te
rodean, que están vivas, se merecen tu mejor estado.