Esta
semana me he visto inmersa en una conversación de esas que te
sientes desubicada, pero a la vez afortunada de pensar de distinta
manera.
La
charla distendida giraba en torno a la educación académica de
nuestros hijos, y os podría hacer un retrato robot
de cada uno de los participantes, y cómo de fácil, cómoda e irreal
había sido su vida para opinar de esa manera, pero me parece
intrusismo a la respetable profesión de psicólogo.
Esa
conversación me ha inspirado para escribir este post, con partes
fieles a ese momento y partes de otras conversaciones anteriores del
mismo tema y con otro tipo de personas.
Una
de las personas de la reunión estaba pensado en qué centro
escolarizar a su hijo, con lo que cada uno dijimos la nuestra, aunque
yo más bien poco, por no sentirme cómoda; y si aportaba mi opinión,
tenía la sensación de estar repartiendo dosis de moralidad, y
evidenciar que yo estaba en otro estadio de la vida, esa vida real
de las personas que tocamos con los pies en el suelo.
El
colegio debía reunir dos características esenciales:
1.-
encontrar el mejor centro académico, ése en el que se forman
pequeños Einsteins, lo que creen que son sus hijos,
2.-
y los educaran en valores, los que algunos de ellos carecían.
Es
cierto que recuerdo cuando yo debía escolarizar a mi hijo, y lo
recuerdo con tensión, pero os aseguro que mis prioridades eran
otras.
1.-
Encontrar el mejor centro académico:
La
sociedad, erróneamente, nos ha hecho creer que la persona con un CI
más alto es el que tendrá la vida solucionada, pero si hacéis
retrospectiva a vuestra época de escolarización, el listo de la
clase normalmente era el más raro, solitario y antisocial. Hay
múltiples inteligencias, y los que saben encontrar cual es la
suya, la potencian y pueden llegar a ser brillantes, aunque su CI no
sea el más alto.
La inteligencia académica no es suficiente para alcanzar el éxito profesional y no garantiza el éxito en nuestra vida cotidiana, son otras habilidades emocionales y sociales las responsables de nuestra estabilidad emocional, mental, social y relacional. La inteligencia tradicional o académica viene marcada por la genética, pero afortunadamente la inteligencia emocional la podemos desarrollar. Una persona puede tener un CI muy alto pero tener una vida personal muy pobre, o incluso no tenerla, y al contrario, ser alguien con un CI bajo pero tener una fortaleza y coraje para enfrentarse a los vaivenes de la vida que muchos desearían.
2.- Que este centro los eduque en valores:
De nada nos va a servir que un centro eduque en valores si en casa no los vive. La educación, en la amplitud de la palabra, se hace en casa, en la familia, con el ejemplo, sin desautorizar a los docentes, cuidando a nuestros mayores, colaborando en los asuntos domésticos, compartiendo los bienes, respetando las opiniones de todos, fomentando el orden, utilizando un lenguaje respetuoso. Sí que es cierto que en la escuela se han de transmitir, pero la educación es deber de los padres y madres.
Por propia experiencia, a medida que tu hijo crece, te tienes que ir adaptando en función de la evolución de éste, olvídate de idealismos, ¿qué quiero decir?, pues que si tu hijo nace (o desarrolla) con una discapacidad física, será muy importante que el centro no tenga barreras arquitectónicas; si tu hijo tiene una deficiencia intelectual, deberá haber un equipo docente especializado; si tu hijo padece TDAH, deberá tener protocolos adecuados, etc... Porque sí, ése es el mundo real, el diverso, y no sólo el mundo elitista y competitivo.
Los
hijos son nuestro tesoro más preciado, y su educación nos debe
preocupar mucho, pero si los
padres y madres no somos capaces de mostrarles el mundo tal y como
es, estaremos formando a pequeños monstruos, y si los valoramos sólo
por su CI, y les exigimos nuestros propios fracasos, los haremos tremendamente infelices.
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